Tengo una anécdota: cuando éramos niños armamos un equipo de béisbol porque lo mirábamos por el canal 7, no sabíamos las reglas y decidimos buscar alguien que nos explicara. Fue un experimento desastroso y divertido sobre cómo organizarnos.
Fernando Valenzuela era el pitcher héroe de todos en esa época. Jugaba para Los Dodgers y nosotros mirábamos por la televisión cómo un latino ponía en aprietos a los bateadores rivales. Nos emocionaba mucho al punto que empezamos a utilizar la cancha de fut, como una especie de mini diamante.
No conocíamos las reglas del deporte así solicitamos a un adulto que nos explicara. Fue el tío de un amigo que nos las escribió en una hoja de cuaderno. Medio entendimos. Al inicio todo fue alegría porque teníamos mucho empeño en buscar jugar como los equipos de las grandes ligas.
Las reglas estaban en papel pero NINGUNO de los integrantes decidimos tomarlas en serio
Pero conforme fueron pasando los días, las reglas se iban torciendo a favor de los intereses de cada grupo de muchachitos que conformamos los Dodgers de Las Charcas, contra los Yankees de Granai.
Las reglas impuestas quedaron en papel, pocas veces consultamos para entenderlas del todo bien y se empezó todo a ir al caño, surgieron enemistades, conflictos, malos entendidos y toda suerte de faltas al juego, que terminó siendo una especie de béisbol mezclado con rugby, golf, futillo, y póker.
¿Por qué no funcionó? Simple, las reglas estaban en papel pero NINGUNO de los integrantes decidimos tomarlas en serio. Faltamos a los principios básicos de gobernanza: conocíamos las reglas, pero las usamos e interpretamos a NUESTRO favor, no en aras de respetar el deporte.
Esta anécdota de hace más de 30 años me recuerda mucho la Guatemala que estamos viviendo ahora, donde las reglas están a la vista de todos, pero optamos torcerlas e interpretarlas hacia nuestro beneficio.
“Es que en esta calle siempre he cruzado así y no sabía que ya le habían cambiado de vía, además me suma 15 minutos más de tráfico”, he escuchado como excusas válidas para irse contravía. O el clásico, “mi papá no pagaba impuestos porque decía que se los robaban, entonces yo tampoco lo hago”.
Respetando las reglas es la única manera que tendremos de generar bienestar y progreso, pero estas no sirven de nada si los ciudadanos no estamos dispuestos “a jugar bajo esas reglas”. Eso me quedó claro desde aquellos años de juegos de niños.
Esto no hace más que confirmarme que lo que aprendemos de patojos, nos condiciona a cómo va a ser nuestro actuar de grandes, el desempeño de un país en sus indicadores económicos, sociales, culturales, depende de nuestra capacidad de entender las reglas del juego.
Así sea la constitución, las del béisbol, las leyes de tránsito o el reglamento interno de trabajo de la empresa en que laboramos, eso dictará la calidad del Estado de Derecho que tendremos como sociedad.
¿Playball?