Hace unos días hablamos de la cultura como una telaraña que tenemos que empezar a tejer con ideas nuevas, desde la legalidad. La cultura de la legalidad tiene un enemigo vil: la cultura de la hostilidad.
Las dos existen en nuestra sociedad. Lo que no sabemos es cuál tiene más peso sobre nuestras acciones. Aunque, en los últimos meses los hechos apuntan a que pesa más la hostilidad.
La hostilidad la vemos a través diputados discriminando a quienes tienen capacidades diferentes, legisladores promoviendo discursos de odio sobre los gustos y preferencias de las personas, funcionarios que pretenden imponer educación basada en valores religiosos (por lo tanto, no democráticos y no admisibles en un Estado laico) que deciden obviar el hecho que cada persona es libre de informarse… y lo más atroz, atropellos, literalmente atropellos a la juventud.
Por definición, lo hostil es “contrario o enemigo.” La hostilidad es, entonces, la cualidad de llevar, ser, y promover actitudes hostiles en los diferentes espacios donde nos movemos: cuando manejamos, cuando discutimos y nos quedamos sin argumentos y recurrimos a la agresión, o cuando me cae mal quien piensa diferente.
Aplica también cuando impongo mis valores sobre otros. Por ejemplo: la hostilidad para tratarse entre familias, hostilidad cuando los niños y niñas juegan con los amigos; hostilidad para acosar a las mujeres en la calle, hostilidad para menospreciar a quienes son diferentes, hostilidad para “corregir” a los hijos e hijas, hostilidad, hostilidad, hostilidad.
El problema de raíz está en la cultura, en esa telaraña de hostilidad que hemos tejido en los espacios donde pasamos más tiempo (en la casa, con los amigos, el trabajo), esa telaraña de acciones negativas, de valores contrarios a la cultura de la legalidad, son las que limitan la transformación.
En una encuestas que lanzamos hace poco por este medio, que respondieron poco más de 600 personas, 5 de cada 10 personas piensan que “no es fácil cumplir la ley en Guatemala” y 7 de cada 10 piensa que “la ley solo protege a los más poderosos.” Y no los culpamos.
La historia del país y los eventos de los últimos tres años confirman que nuestra sociedad está tomada por estructuras criminales que tienen la capacidad de intimidar, cooptar y confrontarnos. El éxito de estos grupos es que han tejido para nosotros telarañas de hostilidad que por miedo, no cuestionamos.
Telarañas autoritarias que afirman ideas que no son ciertas como “la persecución al sector privado atrae desinversión” o “los juicios de la época de la guerra nos hacen ver como un país atrasado.” Basta con revisar la experiencia de otros países para saber que no es verdad.
Así que, frente a una telaraña de hostilidad, la única manera en la que podemos desenredarla es tejiendo una nueva. Piensen en las manifestaciones de las plazas (“las” porque no ocurrió solo en zona 1 de la ciudad). Recuerden cómo es que la sociedad se expresó sin hostilidad, en un ambiente de hermandad.
Recuerden cómo la ciudadanía se movilizó y paralizó al país, sin hostilidad. Recuerden y repitan. Recuerden y construyan. Recordemos y transformemos. Ya es hora de empezar a cambiar de raíz lo que nos divide.