Los medios de comunicación masiva nos han llevado el mundo a la palma de la mano, a la pantalla de la computadora, Tablet y TV. ¿Nos ha hecho esto mejores personas o más empáticos? Casi nunca, exploremos.
La revolución industrial en la Inglaterra trajo avances en líneas de producción que hicieron crecer la economía de los países, esto benefició a varias líneas de negocios entre ellas, la de los medios de comunicación.
De pasquines se pasó a la profesionalización de la información. Se recurrió a métodos para discernir lo falso de lo verdadero, de contrastar datos para no parcializar un tema y no caer en el chisme.
Las máquinas rotativas masificaron esta información que se empezó a compartir semanalmente hasta convertirse en un ejercicio de todos los días. De allí nacen los diarios como los conocemos.
Básicamente los periódicos se convirtieron en la medida de tiempo de sucesos. Había un lapso de tiempo de 24 horas en los que se podían realizar las cosas y podía pasar de todo. El ciclo iniciaba con la lectura de un nuevo diario.
Demás está decir, que la industria de los periódicos potencializó la industria del café al convertirse en la tradición del típico cafecito con periódico. Hablamos claro, de finales del siglo XIX y la revolución industrial, alcanzó también a Guatemala.
Allí se genera una cultura. Dicha cultura es cambio, progreso, intercambio. Algo similar pasó con la invención de la radio: la medida cíclica dejó de ser 24 horas para medirse en radionoticias. Cada dos horas, cada tres. Lo que fuera.
Con la televisión, ni hablar, nos volvimos instantáneos para recibir información.
Y ahora nos toca la era de las redes sociales. Donde ya no hay ciclos, sólo oleadas constantes de información que no siempre es verdadera. Comenta un estudio realizado por Fran Pasquale de la Universidad de Maryland, que un 70% de las noticias generadas en el internet son falsas.
Esto fue en el marco del Festival de Información de Berlín, donde se tratan las nuevas tecnologías y el impacto sobre el ciudadano. “El internet fue creado para romper la hegemonía de las grandes corporaciones noticiosas, pero se convirtió en un depositario de mentiras y desinformación”, explica el abogado.
Las redes sociales se han convertido en una herramienta que nos sirven para trabajar, para divertirnos, para informar a otros sobre los gustos particulares que tenemos cada uno. Inclusive, para dar a conocer nuestras afiliaciones y pensamientos.
Darnos a conocer, ahora es tan sencillo como exponer puntos de vista en Facebook, Twitter o un blog. Y muchas de estas opiniones afectan a los allegados más inmediatos que tenemos: amigos cercanos y familiares.
Lo que nosotros expongamos en redes pueden dictaminar el curso de una cultura que se puede tornar participativa, o nociva dependiendo del enfoque. Es como si un medio impreso publicara un titular diciendo lo malo que son las personas de una zona en particular.
Es una noticia que afectará a mucha gente si no se contextualiza, porque van a generar prejuicios o miedos infundados. Los medios de comunicación profesionales lo saben y por esto tienen muchos procesos para rectificar la información.
Si nosotros nos dedicamos únicamente a repetir y creer campañas de desinformación, no somos parte de la solución, sino del problema. Debemos de cuidar lo que decimos, lo que pensamos y lo que hacemos. Y ahora, lo que compartimos sin verificar la veracidad del contenido.
Las plataformas de las redes sociales nos han convertido a cada uno en un eslabón de la comunicación, somos parte de una cadena cultural, somos hacedores de cultura.
Nuestros mensajes afectaran a nuestros seres queridos, amigos y nuestros lectores / seguidores, por lo tanto, ¿qué mensaje les daremos: prejuicios y prácticas que nos dañan como sociedad? ¿O cambio y prospectiva a un futuro mejor?