APRENDIENDO DE POR VIDA

No importa a qué colegio asistamos, así sea una escuelita rural de Mazatenango o la mundialmente prestigiosa secundaria Phillips Academy de Massachusetts, hay algo que nos forma y formará toda la vida: la familia.

Cuando abrimos los ojos de bebés sólo vemos sombras. Es un hecho que empezamos “viendo” y aprendiendo del mundo de una forma borrosa hasta los cuatro meses de edad cuando empezamos a conocer nuestro entorno a través del sentido de la vista.

Pero la formación ya empezó desde antes, a través del sonido, del tacto, de las emociones y de la convivencia con el círculo más íntimo y cercano que tiene un ser humano: su familia.

Todo lo que nosotros somos y nos construye como entes sociales, tiene un origen y es el seno familiar. Es el entorno en que crecimos, allí aprendimos lo necesario para enfrentar el mundo, es en el seno familiar en que aprendimos el lenguaje social, el lenguaje hablado y la comunicación.

Cuando llegamos a la pre primaria o la primaria, ya llevamos un patrón de conducta que regirá nuestro comportamiento frente a la autoridad, frente a los compañeros, frente a la institución y los retos de aprendizaje académico que nos enfrentamos.

Como hijos lo vimos, lo bueno y lo malo de las conductas aprendidas. Ya de grandes, decidimos replicarlas o dar un golpe de timón para evitarlas. Esto nos lo permite crecer en un ambiente en que decidimos tomar lo bueno y lo malo.

El avance en la tecnología, la educación nos ofrece hoy en día oportunidades de informarnos y estar al tanto sobre un mundo globalizado donde encontramos los problemas de fondo, nos enteramos de ellos, la raíz del porqué estamos como estamos, y porqué somos como somos.

Y esto lo aprendemos desde muy pequeños: la discriminación la aprendemos en la familia, al igual que las conductas agresivas, violentar las reglas establecidas, manejar mal por las calles, no pagar impuestos, tratar mal al otro, discriminar por condiciones económicas, el miedo al otro.

Pero es también en la familia donde aprendemos la solidaridad, el sentido de comunidad, el amor al prójimo y la empatía por nuestros orígenes, tradiciones y valores que aportan a la sociedad. Es la familia que nos construye y nos transforma durante toda la vida.

Y el modelo familiar está para ser reinventado en función de las necesidades e intereses de cada persona, si tienen cierta filiación política, ciertos valores religiosos o a religiosos; cada persona decide qué valores va a tomar de las enseñanzas consanguíneas y cuales desechar.

Esto no es problema, siempre y cuando no se olviden los valores de fondo, los inamovibles que deben de prevalecer y hacerse presentes sobre cualquiera: el derecho a una vida digna, el respeto por el otro, el trabajo sano y las responsabilidades ciudadanas.

El artículo 1 de nuestra Constitución de la República de Guatemala reza claro que es la familia y la persona humana la base del país y la realización del bien común. Por ende, estamos obligados a transmitir y educar a buenas personas para que el país camine.

¿Queremos mejores condiciones de parte de las autoridades? Bueno, hagamos nuestra parte. Enseñemos eso a nuestros hijos desde pequeños, para que crezcan con la semilla de trabajo como comunidad.

No podemos delegar la educación de valores únicamente a las instituciones educativas académicas, es nuestra labor como padres ir preservando todo aquello que nos hace bien, y al mismo tiempo, desechando las prácticas culturales que nos hacen mal como comunidad.

Así que todos somos maestros y alumnos siempre, durante toda la vida. Desde los padres, los hermanos mayores, los tíos, los abuelos y por qué no, los hijos pequeños, tienen siempre algo que enseñarnos. Promovamos los valores que nos hacen crecer como sociedad, como personas y como país.

La familia es la única escuela que nunca termina, es una luz en estos tiempos en que la oscuridad pretende abarcarnos. Son las enseñanzas de bondad, solidaridad y cultura de valores de cambio, que nos iluminarán el camino hacia un sociedad próspera y justa.

#EsDeChapines