«SHT SHT, MAMITA…»

Es acaso la peor frase que una mujer puede escuchar en la calle porque luego de ese sonido repetitivo, seguido del sustantivo y adjetivo, viene una patanada que nos atrae muchas emociones, ninguna buena, vale decirlo.

Nos ofende, nos causa repudio, asco, cólera, incertidumbre, miedo, impotencia y nos cala hondo hasta quebrarnos la autoestima. Vale decirlo: como mujeres, nos ofende que nos estén piropeando, acosando, silbando y hablando indirectas cuando pasamos. Es ofensivo y frustrante.

El acoso callejero es un tema de hígados negros en esta sociedad. Es un lastre social que se mete en callejones sociológicos y antropológicos. Y no distingue de clase social.

Acosar a las mujeres en la calle no tiene nada que ver con el estrato social del acosador, sino con un aspecto de cultura dominante: el machismo.

Y esto es parte de la cultura latinoamericana, porque donde quiera que he viajado, siempre se le persigue a las mujeres con los ojos o con frases lapidarias que hieren su esencia como ser humano.

Esto es una forma de posesión del otro, por medio del insulto o del acoso en un ambiente abierto, el macho hace ver frente a la sociedad que es capaz de poseer a otro ser humano, aunque sea verbalmente y frente a todos, sin que nadie haga nada. Es más, hasta es cómico.

Pero en muchos casos, esto no sólo llega una frase acompañada de un insulto, sino se generan acciones físicas como silbidos, miradas con lascivia, o inclusive a una agresión de índole sexual.

De hecho, todo esto que hemos descrito, está tipificado como una forma de agresión sexual, las cuales pueden terminar en que el agresor intente tocar a la víctima o inclusive, en una terrible violación.

Los crímenes de este tipo son muy corrientes en Guatemala pero no se denuncian por el simple hecho que causa vergüenza que alguien haya sido mancillado en su honor como mujer.

Existe la idea errónea que una mujer que ha perdido su «honor», ya no sirve para ser una buena esposa más adelante, o que ya es «sucia». Esa idea preconcebida en una sociedad machista, se traslada de madres a hijas.

El machismo se aprende en la casa cuando nuestra mamá nos inculca los principios cristianos de recato, moderación, respeto por el otro y por una misma, principalmente.

Todo bien allí. Pero cambia el mensaje cuando se le enseña al “nene”, porque el hombrecito debe de ser fuerte, tenaz, buscador del éxito, no dejarse de nadie, lograr sus metas antes que todos.

Que no debe mostrar debilidad, que no debe de llorar y que básicamente, todo lo femenino, la femineidad, es mala. “Es cosa de mujeres”, repiten mamás y papás.

Ese doble mensaje es machista, y lleva entre líneas que el hombre debe de ser un cabrón, un cazador, y que la mujer, una recatada que aguante todo lo que el otro diga y haga.

Ese mensaje cala profundo y se nota en el comportamiento de los hombres en la calle. Una sociedad que pregona la igualdad de condiciones de desarrollo debe de ser equitativa en su estado de derecho.

Tanto hombres como mujeres deben de tener la libertad de conducirse con la certeza que se está en una sociedad incluyente y donde se busca el bien común. Donde nos apoyemos en el prójimo.

¿Pero qué sucede cuando se es testigo de una agresión de este tipo?

Lo peor, se culpa a la mujer. Que se viste así. Que mira para enfrente. Que no voltea la mirada. Que se perfuma. Que usa el pelo suelto. Que por ser bonita es una regalada. Que usa ropa apretada. Que nadie debería de vestirse así para salir. Este mensaje lo repiten hombres y peor aun, hasta las mismas mujeres son igual o peor de lapidarias que los machos.

No muchá. La cosa debe de cambiar. Denunciemos, confrontemos a los agresores, avergoncémoslos en público, solicitemos apoyo de otras mujeres y hombres que estén pasando. NO NOS DEJEMOS.

Hombres, es simple, dejen de hacerlo. Sean solidarios con apoyar la igualdad de género con acciones concretas. Ayúdennos a confrontar a los agresores demostrando que no es bueno, no es divertido, no logran nada y al contrario, pierden mucho.

Entre todos cambiemos la forma de pensar nuestra sociedad, nuestras hijas e hijos lo agradecerán en un futuro.

#EsDeChapines