LAS BUENAS TRADICIONES: FERIA DE JOCOTENANGO

Este es un recorrido breve, una reflexión, sobre una de las tradiciones más importantes que tenemos como citadinos: ir de visita a la Feria de Jocotenango, patrimonio cultural intangible de la nación. Acompáñenme.

La feria de Jocotenango es el cumpleaños de la Ciudad de Guatemala que se celebra desde hace 240 años en que se fundó la ciudad, cuando se transladó de Antigua Guatemala para el Valle de las Vacas.

Es una de las tradiciones más arraigadas y bonitas que tenemos como metrópoli, cada edición es un catálogo donde podemos ver los cambios que hemos tenido como sociedad y como nación. Desde las costumbres que se han ido perdiendo o ganando, hasta los cambio de época por medio de la música y moda.

A mí en lo particular, me recuerda a mi niñez. Cuando yo era pequeño, mis padres me llevaban a la feria, salíamos de casa un poco antes de las tres de la tarde, y a las cuatro ya andábamos paseando entre puestos de comida, juegos, juguetes inflables y artesanías.

Ya desde entonces me llamaban la atención las comidas tradicionales y los dulces típicos. Recuerdo que almorzábamos poco, para tener espacio para tanta delicia. Y cada quien tenía sus golosinas favoritas: mi madre era aficionada a los elotes: cocidos o asados, con sal y limón. Y cuando quería ponerse exquisita, se compraba un elote loco.

A esa edad, yo prefería las frituras: las plataninas, los churros y los chicharrines. Me llamaban mucho la atención las torrejas y molletes que nadaban en miel caliente y lucían coronas de azúcar rosada con pasas, pero por alguna razón estaban fuera del menú.

Pero no todo era comida en la feria. Parte de su encanto son los juegos tradicionales, los puestos de tiro al blanco y la infaltable lotería. En mi caso, lo que emocionaba eran esas camaritas a las que les ponían un disquito de diapositivas en 3D. Ahí miraba dinosaurios, piratas y aventuras del Pájaro Loco. View Master, creo que se llamaban.

Pero más que todo, la feria de Jocotenango era un lugar de reunión, un sitio en donde podíamos ver gente de todos los estratos sociales divirtiéndose como iguales. Y esa era la principal belleza de la feria: la unión que fomentaba, aunque fuera momentánea. Niños pobres y ricos degustando los mismos algodones de azúcar.

Durante la adolescencia me absorbieron otras actividades y dejé de visitar la feria. ¿Pero saben qué? Ahora que soy padre he vuelto a visitarla, ya con mi familia, y he recuperado el gusto por esa hermosa. Y aunque muchos podrán decir que ya nada es como antes, al visitar la feria sentí que retrocedía en el tiempo, que me convertía en mi padre, y se me hizo un nudo en la garganta.

¿Por qué los guatemaltecos tenemos esa tendencia a dejar que se mueran las tradiciones? ¿Será que de verdad la vida moderna es la causa de que dejemos por un lado lo que amábamos cuando niños? Cierto que hay que evolucionar con los tiempos y adoptar lo que mejor se adapte a nuestras necesidades, pero hay algunas cosas que merecen conservarse. Y no solo por nostalgia: de una o de otra manera, con asistir a la feria y comprar aunque sea una bolsa de plataninas estamos ayudando a una familia.

Al apoyar estas tradiciones, estamos apoyando indirectamente la economía, le damos el espaldarazo al pequeño empresario, fomentamos el trabajo honrado y mantenemos viva una exquisita tradición de muchos colores, sabores, sonidos y tiempos.

Y no es que seamos tan ingenuos para pensar que con asistir a la feria un día al año vamos a corregir los males del mundo. Pero no solo ayudamos a una familia chapina que trata de ganarse la vida honradamente, sino que estamos sembrando buenos recuerdos en la memoria de nuestros hijos.

Y, parafraseando al anuncio de las tarjetas de crédito, los buenos recuerdos no tienen precio.

#EsDeChapines