OJO POR OJO Y… NOS QUEDAMOS CIEGOS

Está circulando en las redes sociales un video sobre un ladrón que atraparon en la zona 9 de la ciudad capital, siendo vapuleado por los vendedores del área mientras se escucha que se están organizando para matarlo.

Alguien pide que traigan gasolina, otro consigue una piedra de soberano tamaño y el ladrón pide clemencia. Pide perdón, apela a la humanidad de cada uno de los que allí están presentes.

El ladrón se aferra a la pierna de una señora, la afectada, quien le pide a los presentes que dejen de golpear al asaltante de a pie. Que ya viene la policía en camino para hacerse cargo de la situación.

Una voz que no se ubica de quién es, bajo la lógica de la violencia le explica con voz firme a la señora: “este tipo tarde o temprano, le va a hacer daño o a matar a alguien, mejor matémoslo de una vez”.

Esto no es sacado de una película, sino de un video de hace algunos días sucedido en la ciudad capital de Guatemala. ¿Qué tiene de malo esta escena? La respuesta es simple: todo.

La violencia no se acaba con la violencia. Matar a un ladrón, no va a terminar con la delincuencia. Es un hecho probado, los estudios científicos de las ciencias sociales lo demuestran: la pena de muerte no incide en la disminución de la delincuencia, ni la desanima.

Supongamos que los allí presentes y testigos del acto delictivo hayan tomado la justicia en sus manos y ejecutado en la calle y a plena luz del día al ladroncillo de poca monta. Ese acto los hubiera rebajado al mismo nivel de delincuencia que lo que ellos trataban de castigar.

No hay duda que para que la población piense así (estoy seguro que muchos de ustedes lo hacen) es un reflejo del cansancio que tenemos como pueblo de las instituciones que deben de velar por nuestra seguridad.

Pero no es que la policía no haga nada, no es que los juzgados no hagan nada, no es que los agarren hoy y los suelten mañana, no es que el delincuente salga a seguir haciendo lo mismo a diario. Ese análisis es demasiado superficial.

El proceso es el siguiente: en un Estado descapitalizado por la corrupción, cuando se agarra a un delincuente, la policía de oficio lo lleva al preventivo donde se queda bajo resguardo del sistema penitenciario.

Allí debe de esperar a que el Ministerio Público actúe de oficio con la investigación y junte evidencia (testimonios de afectados, testigos, evidencia física y circunstancial) para procesar a un tipo que se vio en la necesidad de robar (no, no es justificación, nada justifica el delito) y está preso.

Por la misma desconfianza, el afectado no procede con la denuncia porque “nada va a cambiar con eso”, por lo tanto, a falta de mérito, el juez tiene que liberar al preso. Y entonces nada cambia, las condiciones no pueden darse para llevar a la justicia a un delincuente de poca monta.

Sale, ya con ingresos en la cárcel, sus antecedentes le son inservibles para conseguir trabajo porque, obvio, ya estuvo preso. Ni modo, a seguir delinquiendo. La frustración crece con cada caso como este: se frustra la PNC, el MP, el sistema penitenciario, la víctima, todos.

Esto es gracias a la corrupción que invade las instituciones hasta la cocina. Por lo tanto, tarde o temprano, la frustración llega al punto que la población intenta hacer justicia por su propia mano… pero, ¿es esto lo correcto?

Matar a alguien para reparar un daño nos convierte en juez y parte del delito. Y así no funciona un sistema democrático. Así funcionaba la Edad Media y las sociedades primitivas, ¿qué queremos como país? ¿Mejorar o mantenernos en el oscurantismo?

Yo no sé ustedes, pero como chapín de pura sangre, prefiero una solución civilizada a estos problemas, no una tercermundista de ir juntando leña para ajusticiar a manos propias a delincuentes donde se nos ocurra verlos.

Prefiero como guatemalteco luchar porque nuestras instituciones mejoren, de llevar personas competentes a puestos claves, de dejar de lado los “bandalismos” sí, con “b” de bandos ideológicos. Acá no hay izquierdas ni derechas, hay un país sediento de justicia y de trabajo.

Yo prefiero ver hacia delante y mirar una Guatemala, que a pesar de sus problemas, va hacia el futuro con la frente en alto, trabajando por un país mejor en todo aspecto: salud, dinero y amor.

Sí, amor también. Amor al prójimo y amor propio. Como nación merecemos querernos y saber que podemos ser mejores que unos viles linchadores. No hermanos y hermanas, la muerte no es la solución a nuestros problemas. Ya mucho hemos sufrido y lo seguimos haciendo a diario.

Rompamos ese círculo vicioso y triste. Ojo por ojo, y cuando menos sintamos, nos quedamos ciegos. Y en un país de ciegos… el tuerto, es el rey.

#EsDeChapines