EL CHAPUZ CHAPÍN

Los chapines somos esencialmente chapuceros. El mejor ejemplo es cuando se nos queda el carro por un falso contacto en la batería, rapidito uno les pregunta a los cuates: ¿Muchá, quién tiene un len que me preste? Y esto para tomar con paciencia el alicate y doblar en curva el centavo para que se adapte a la orilla del burner y así se pueda hacer el contacto con el círculo de metal y por fin, lograr que arranque el carro.

Pero el clavo no es ese.

Es que luego de meses, años, la ficha sigue ahí, percudida y enmohecida, y nos damos cuenta hasta que se cae la moneda y el auto vuelve a quedarse estancado.

El otro día iba tranquilo caminando a la orilla del Palacio Nacional. Saben ustedes que es el edificio más emblemático del país, la representación de la gobernanza, de la institucionalidad… Cuando de repente veo caer unos cables en la parte de afuera, fruto de la conexión eléctrica que algún brillante chapuceó. ¡En el mismo palacio! Uno dice, tanto pisto para guaruras y cenas y galas y no podemos ni colocar una tubería para que no se mire horrorosa la instalación.

Hay una historia que quiero contar. Un pintor de brocha gorda, Don Cosme, famoso en el barrio por tener el bigote lustrado con tinta negra, fue contratado para pintar una casa. Querían que las paredes, antes blancas, fueran ahora de un tono azul. El pintor era amigo de todos los de la cuadra y aprovechó un fin de semana que la familia se fue de viaje para pintar las paredes de la vivienda.

Llegó el dueño y estaba contento con el nuevo color. Ahora relucía hermosamente. Le pagó a Don Cosme. Al día siguiente la esposa, aprovechando el nuevo look de la casa, decidió cambiar de lugar un par de cuadros. Pero cuando desprendió de la pared el primero se dio cuenta que debajo del cuadro seguía el color blanco. Descolgó los demás. En todos era lo mismo. Unos parches blancos lucían en las paredes. Don Cosme, no se supo si por comodidad o por qué, había pintado únicamente alrededor de cada cuadro sin quitarlos de las paredes.

Un chapuz de pronóstico.

Pero no todos los chapuces son tan legendarios. Uno los realiza a diario. La frase típica es “así que se vaya”. ¿Mandó el correo así, aunque faltó que revisara las tildes? “Así que se vaya”.

“Quedó un poco de basura ahí; así que se vaya”.

“Mijo, ¿y esa ropa por qué está tirada? *La arremanga toda y le pone una sábana encima.* *Así que se vaya.*

Estas actividades las vemos a diario en todos los ámbitos, desde las resoluciones judiciales en donde se notan faltas ortográficas garrafales, pasando por las construcciones donde decidimos hacerle un chapuz al área donde se filtra el agua en lugar de arreglar todo el problema, hasta la manera en entregar una tarea o un trabajo, en donde no pocas veces se emprende el famoso copy-paste (hasta candidatos presidenciales lo han hecho) para “evitar la fatiga” y no dar esa milla de más.

Pero cuando nos animamos a un empujoncito, cuando sudamos la camisola, dirían los futbolistas, y no nos conformamos con quedarnos viendo y corremos ese pase que creíamos que iba para afuera, empezamos a ver resultados diferentes. Mejoramos con esa multiplicación del esfuerzo de todos, en busca de la perfección que es imposible pero ir tras ella hace que avancemos.