Les presentamos esta anécdota de una de nuestras colaboradoras, quien nos comenta cómo las actitudes personales construyen nuestra sociedad. Es una buena reflexión de lo que hacemos (y dejamos hacer) a diario,y que a la vez construye (o destruye) nuestro futuro como sociedad.
El otro día escuché a Antanas Mockus, dos veces alcalde de Bogotá, Colombia, exponer ante un público de alcaldes guatemaltecos sus ideas y pasión para que los políticos y ciudadanos sean honestos. Esto con un fin: lograr que la ciudad sea un buen lugar para vivir, trabajar, disfrutar y convivir.
Me pareció interesante lo que este señor dijo acerca que nuestro comportamiento está determinado por tres factores:
1. La ley: normas impuestas de convivencia social.
2. La moral: reglas personales y de nuestra conciencia.
3. La cultura: conjunto de reglas de lo que es aceptado o rechazado por los grupos de personas que nos rodean en el trabajo, ciudad y país.
La cosa que me dejó perpleja es que a veces las reglas culturales, o las reglas de mi grupo, me dicen que haga una cosa contraria a lo que la ley dice. Me puse a pensar y me dio un poco de vergüenza reconocer que sí, tenemos reglas culturales chapinas que nos dicen que “está bien no pagar impuestos porque igual se los roban los ladrones gobernantes”.
Me acuerdo que mi tío Pancho en el almuerzo del domingo se jactaba por tener un contador chispudo, que le ayuda a esquivar pago de impuestos. Y fue decepcionante ver cómo casi toda mi familia asentía con la cabeza y aceptaba la evasión de mi tío Pancho como “normal” y “ay Dios, es que así con las cosas aquí en Guatemala”.
Algo que Mockus dijo y me dejó triste y algo desmotivada, es que las reglas morales, lo que me dice mi conciencia, también puede a veces estar en contra de lo que la ley indica que tengo que hacer. Y me dio un cacho de clavo reconocer que, la verdad, muchas veces veo un letrero de tránsito que me indica que me vaya a cierta velocidad, pero mi conciencia me dice, así en voz bien buena onda, que “nadie se va a morir si te vas a 85 kph en vez de 70 como dice el letrero”.
O aquella vez que tuve casi que rogar que me perdonen una multa, y muy disimuladamente doblé un billete anaranjado y lo entregué junto a mi licencia, porque esa vocecita de la conciencia me decía “si tú tan buena onda que sos, tú casi nunca hacés esto, y por Diosito que no te volverás a meter en contra de vía, aunque te ahorrés 20 minutos de tráfico”.
La mera verdad es que es un poco idealista pensar que todos vamos a empezar a cumplir la ley porque la voz de nuestra consciencia nos va a comenzar a decir que “eso es lo correcto que hagás, patoja”.
O que todos nuestros cuates de la colonia nos van a comenzar a decir que “hay que irse a la velocidad indicada para evitar accidentes”. Uno no se acuesta con buenas intenciones y buenos deseos de ser legal, y amanece ya siendo una persona- o una sociedad- legal, sin chanchullos, ni hueveos.
Esto requiere de un proceso sistemático y continuo, pues implica que repitamos constantemente acciones que demuestren nuestra simpatía por “querer cumplir la ley”.
Yo sí creo, y es mi opinión, que tenemos que hacer un esfuerzo genuino, todos los y las ciudadanas, de hacer que nuestras reglas culturales – cómo nos dice nuestro grupo, familia, amigos, jefes “que así hay que ser aquí”- y nuestras reglas morales- esa voz de nuestra conciencia que solo nosotros podemos escuchar- no peleen con la ley.
Si esa pelea no termina, seremos eternamente los chapines viviendo en la cultura de la ilegalidad, quejándonos que nada cambia, nunca.
#EsDeChapines